jueves, 26 de marzo de 2009

Textos del libro El Enigma de la Vagina

INTRODUCCIÓN


El que conoce la verdad del cuerpo comprende la verdad del universo.
El que traiciona su cuerpo, traiciona la verdad.

Nemer Ibn el Ramses

Los textos incluidos aquí ― que fueron escritos casi de un solo impulso― responden a la intención de motivar la reflexión sobre un territorio del que mucho se habla pero que sigue siéndonos ajeno, de modo mayoritario, a la conciencia. Los hilvana un mismo hilo, pero fueron imaginados como notas independientes y, por lo tanto, no hay que buscar en su conjunto una estructura de libro en el sentido clásico del término.

El tono festivo con que intento presentar el tema quiere quitarle dramatismo a algo que se ha cargado de un exceso de seriedad y aburrimiento, de censura y provocación, de conflicto y enredo cuando, en realidad, es algo sencillo, divertido y natural. El hecho de que hayamos convertido algo simple en complicado se debe, en parte, a que los seres humanos ―sobre todo, los que provenimos del mundo judeo-cristiano― nos hemos hecho especialistas, a lo largo de los siglos, en el arte de sentir culpa por todo, de amargarnos la vida y de restringir todo aquello que nos da placer. Además, porque la sencillez no es el estilo de la mayoría de nosotros, ni tampoco es disciplina que se enseñe en la escuela, o quizás porque tal como dice un maestro hindú: “Es sencillo ser feliz, lo que no es fácil es ser sencillo”.

En estos escritos, más sugerentes que educativos, se habla de mujeres y de hombres, no como conceptos o promedios estadísticos, sino como personas vivas, y de sus penes y vaginas, no como zonas anatómicas, sino como instrumentos con los cuales el cuerpo puede proyectar y celebrar atractivos recitales musicales a lo largo de su historia.

Si en el día a día advirtiéramos que la sexualidad humana es, más allá de su función reproductora de la especie, la posibilidad concreta de placer para el cuerpo y también exquisita música para el alma, les daríamos más valor y aun asistiríamos más gustosos y con más frecuencia a los conciertos que los seres humanos ejecutamos ―tantas veces, desafinando o en automático o a desgano― y, al mismo tiempo, comprenderíamos que el conocer al pie de la letra la teoría musical sobre el violín no nos hace, por eso, violinistas. Que, en el ámbito de la sexualidad, la experiencia es la que cuenta; que la práctica es un camino irremplazable para saber acerca de la vida y, sobre todo, para saborearla (recuérdese que “saber” y “sabor” son términos que tienen, etimológicamente, la misma raíz), y que la información da conocimiento pero sólo la experiencia nos aleja del pecar de ignorantes y nos lleva a adquirir “el valor que representa el coraje de querer” ―como dice ese verso inmortal de Le Pera―, y a afrontar el riesgo, siempre amenazante, de “no poder” y, sin embargo, intentarlo una y otra vez.

Ahora bien, aunque nos cuenten otra cosa sobre la vivencia sexual (tanto desde el punto de vista de una ideología represiva de la sexualidad, como del de su indiscriminado, y a veces autodestructivo, extremo opuesto), ella es un condimento esencial para convertirnos en personas libres y plenas. En su espacio se dramatiza, de manera simbólica, el trabajo del alma; allí está en juego mucho de lo que pasa en la vida de cada uno y allí se hace posible asumir la sexualidad como una actividad que cuestiona a un sistema prohibitivo y prejuicioso que nos aparta de nosotros mismos, de los otros y del amor.

El cuerpo y el psiquismo son registros inseparables. Al escribir esta última línea recuerdo que en un Congreso psicoanalítico llevado a cabo en Roma, en el año 1963, Lacan dice, en su ponencia, que “en el comienzo está el verbo”; entonces, la psicoanalista francesa Françoise Dolto pide la palabra y le refuta que “en el comienzo está el cuerpo”.

No puedo no suscribir el parecer de Françoise Dolto en esta ocasión. Porque estoy de acuerdo: sin cuerpo no hay historia (ni verbo, ni psiquismo, ni psicoanálisis, ni sexualidad, ni siquiera la sensualidad de estas páginas…).

En esa complementación de psiquismo y cuerpo, la emoción no es “algo” que se agrega a la arquitectura y la dinámica corporal, sino esencial a ellas. Aún podríamos avanzar un poco más y señalar que los afectos son uno de los estados funcionales generados en regiones de la corporalidad que, a causa de la historia escrita por la evolución, se han tornado en áreas propicias para servir de lienzo sobre el cual los diversos colores que asumen las emociones se hacen carne y escriben su mensaje.

En el mismo carril de ideas, otro hecho a resaltar es que los diferentes segmentos del cuerpo admiten, por su particular geografía y por los movimientos propios de su fisiología (esto que la biología denomina memoria filogenético estructural y dinámica), determinadas posibilidades de anidar y expresar afectos. Cada parte del organismo abunda en ciertos sentires diferentes y privativos, concordantes con la naturaleza específica de la zona corporal de que se trata.

Pero, si miramos el cuerpo en su topografía, de todas las montañas, valles, mesetas, lagos y desiertos el relieve que aquí interesa es la grieta vaginal. La vagina no es una túnica mucosa, muscular y adventicia de entre 8 a 11 cm de extensión (en términos relativos, dado que tiene la generosidad, si es una buena anfitriona que no sabe de histerias, de adaptarse, cada vez, a la medida del largo y el ancho de su huésped ocasional) que se esconde tras una bragas, sino un órgano vivo capaz de provocar una actividad energética plena y precisa.

Esta acción vaginal puede escenificarse bajo la metáfora de ráfagas eléctricas que responden, como vendavales, huracanes, ventiscas, tormentas temporales y vientos suaves, a los arrebatos, furias, ardores, exaltaciones, pasiones y deseos del corazón y del alma femenina. Sucede que las emociones de la mujer se transforman en “climas vaginales” y que estos climas reflejan el estado afectivo en el cual la mujer se encuentra inmersa en cierto instante de su vida.

Tal circunstancia es posible porque cuerpo y emoción son co-dimensionales: se habitan mutuamente. Pero, las emociones presentes en una vagina, en un momento específico, no manifiestan la totalidad de los afectos humanos sino sólo aquellos que guardan una simetría y resonancia (que coinciden) con el estado del mundo que rodea a la mujer (tal como ella lo aprecia) y con el cual está conectada.

De manera que la vagina posee una capacidad perceptiva que le permite leer la realidad y reaccionar ante ella de diferentes modos, y estas reacciones, muchas veces hasta predictivas, son estados de conciencia hechos calor, humedad, tensión y textura, a los que hemos llamado, precisamente, “climas vaginales”.

Además de clima, la vagina es, también, memoria. Guarda, en los repliegues de sus túnicas y rocíos, el recuerdo de las experiencias propias, constelares y arquetípicas de la feminidad: las huellas del proceso de la mujer para construirse como tal. Y estas inscripciones son como hilos que forman un tapiz mágico, una escritura que aspira a ser descifrada y, a mismo tiempo, un telar que teje entre dilataciones y encogimientos, sequedades y vapores, calores y fríos, una historia que, aunque propia y singular, recrea todas las historias femeninas presentes, pasadas y futuras.

Este breve ensayo, espero que insinuante y alborotador —y que pretende ser, en última instancia, un elogio a la vagina como crisol del pene, a la mujer como forja del hombre—, lleva el título de El Enigma de la Vagina.

Sin embargo, el pene es también, a su vez, siempre un enigma, pero sólo in situ (tanto para usuarios como para beneficiarios): ¿Responderá en esta ocasión? ¿Se elevará? ¿Nos hará quedar mal? ¿Nos quedaremos con las ganas? Pero es un enigma cuya solución, más tarde o más temprano, siempre llega (para satisfacción o para frustración de la pareja sexual de ese momento). En cambio, la vagina ―no importa cómo reaccione― seguirá siendo insondable, secreta e indescifrable, un verdadero misterio (y no digamos sólo para el partenaire sexual, sino también, en muchos casos, para la propia portadora). En esta cualidad, más que en ninguna otra, radica la atracción y la veneración, cuando no el “horror sagrado”, que los hombres ―y aun no pocas mujeres― le profesan.

“El misterio es perturbador”, decía Marx; nosotros agregamos: y, también, provocador.

En efecto, perturbados y provocados por el Enigma de la Vagina, nos hemos atrevido a ingresar en su laberinto, en un intento de mirar de frente a la "esfinge" que mora en su centro, y de llegar al fondo de sus ojos para arrancarle el enigma, como hizo Edipo con la suya.

Muchas cosas se nos han ido revelando en nuestro temerario intento (las páginas de este libro dan prueba de ello). Y, tropezando aquí y allá con algún pensamiento extraviado o alguna intuición descarrilada, adhiriendo nuestras manos a las cálidas pero inquietantes paredes de sus mucosas y con el corazón en la boca y el alma asombrada, aún seguimos penetrando en el interminable y maravilloso laberinto vaginal…

Y tal vez llegue el día en que victoriosos (aunque rendidos) sobre (o bien, al lado o todavía dentro de) una vagina, podamos vivir la experiencia de descubrir que si bien el camino hacia ella nos es ―parafraseando a Jorge Luis Borges― “fatal como la flecha”, en esa hendidura, en esa grieta, “está Dios, que acecha”.

Eduardo H. Grecco
Cuernavaca, verano de 2008

2 comentarios:

  1. Querido Eduardo!

    Muchas gracias por tu trabajo profundo y hermoso, nos ayuda a todos a crear un espacio interno y externo mas amoroso.

    Eugenia

    ResponderBorrar
  2. Gracias querido amigo por compartir este precioso "don" que tienes al escribir, el cual no es otra cosa que el reflejo de tu alma.
    Cada párrafo de ese libro nos invita a mirarnos, a conocernos y a reflexionar sobre nuesro espacio de amor y de crecimiento personal.
    Con cariño- Graciela

    ResponderBorrar